26 de julio de 2009

Una apuesta contra el hambre en un país que desecha toneladas de comida


La exitosa iniciativa de un grupo de platenses que dan de comer cada año a 12 mil personas en la Región
Por NICOLÁS MALDONADO

“En un país como el nuestro, lo que falta no son alimentos sino organización para que lleguen donde hacen falta”, sostiene Liliana Ilari, una abogada jubilada que preside desde hace dos años el Banco Alimentario de La Plata

En un campo vecino al cementerio de Bavio, no muy lejos de un pueblo que el frío del sábado a la tarde parece haber dejado desierto, un pequeño grupo de personas trabaja contra reloj para terminar de levantar una cosecha. Estudiantes, amas de casa, profesionales de la ciudad; muchos de ellos jamás han visto en su vida una planta de kiwis. Pero eso es apenas un detalle menor frente a la determinación que los empuja a llenar una bolsa tras otra con frutos destinados a ser presa de los pájaros: la determinación de torcer la paradoja del hambre en un país que desecha a diario toneladas de alimentos.

Sin más que un teléfono, un deposito y la suma de voluntades, una pequeña parte de la comida que se tira en nuestra Región puede convertirse en alimento para 12 mil personas, en su mayoría chicos. No se trata de un cálculo de escritorio; es una realidad. Así lo hace de hecho el Banco Alimentario de La Plata, una de las iniciativas solidarias menos conocidas de la Ciudad que cada año consigue recuperar cerca de 300 mil kilos de alimentos.

Su mayor mérito no puede medirse sin embargo en kilos, sino en su capacidad de ver grandes soluciones donde otros sólo ven desechos. Y salir a buscarlas allí donde nadie más parece hallarlas: restos de cosechas a punto de perderse, partidas de alimentos próximos a su fecha de vencimiento, decomisos de mercaderías, rezagos de los mercados de abasto.

Con ese sistema, el Banco Alimentario de La Plata consiguió ayudar el año pasado a 121 comedores barriales de la Región. "Casi nada en comparación con lo que podría hacerse", sostiene Liliana Ilari, una abogada jubilada, madre de seis hijos, que desde hace dos años preside el Banco.

Es que "en un país como el nuestro -dice- lo que falta no son alimentos sino organización para que lleguen donde hacen falta". En medio de una enorme plantación de kiwis a punto de perderse, donde ella y otros ocho voluntarios pasan el sábado recogiendo frutos para los sectores más desfavorecidos de nuestra comunidad, su afirmación resuena como una verdad demoledora.

INGENIO Y LOGISTICA

Para Liliana, lo mismo que para quienes integran los distintos bancos alimentarios de nuestro país -ya hay catorce-, el problema del hambre en Argentina es menos un fantasma que un desafío a resolver con ingenio, voluntad y logística.

Sólo en el cinturón hortícola del Gran La Plata, aseguran, se desechan más alimentos de los que hacen falta para mantener abastecidos a todos los comedores de la Región. ¿Por qué? Porque parte de las cosechas, aunque perfectamente aprovechables, no reúnen los requisitos para ir al mercado y muchas veces los productores no saben qué hacer con ellas.

Pero a su vez, en el propio Mercado Regional quedan a diario toneladas de frutas y verduras en malas condiciones, pero aptas para el consumo. Y existen también muchas empresas de productos alimenticios que en ocasiones se encuentran con partidas a punto de vencer que no pueden ser comercializadas.

"En general, las empresas y los productores tienen la voluntad de donar, pero hace falta facilitarles el camino. Y hace falta además una cadena de voluntades para ir a recoger o cosechar esos alimentos, seleccionarlos, conservarlos y distribuirlos", explica Liliana.

En los dos años que lleva al frente del Banco Alimentario de La Plata, tanto ella como quienes la acompañan en el trabajo han aprendido que el principal obstáculo a vencer es hoy la desconfianza. "Si no hay más gente que done es porque no tiene la seguridad de saber a dónde va a ir a parar eso que da, o teme quedar comprometida en el caso de que alimentos generen algún inconveniente al ser consumidos", señalan.

Para vencer ese obstáculo, gran parte del trabajo que ocupa día tras día a los voluntarios del Banco pasa por mostrarle a potenciales donantes la obra que realizan y ofrecerle la seguridad de que conocer el destino de cada kilo de alimentos que donan. Es un trabajo de oficina, tedioso y pesado, pero un trabajo que hoy sacia el hambre de miles.

VOLUNTADES EN RED

Al conocer la sede el Banco Alimentario, un depósito que le presta la dirección de Vialidad en Villa Elvira, resulta difícil no preguntarse cómo es posible que se pueda hacer tanto con tan poco: apenas una oficina con un teléfono y una computadora. Pero lo que se ve es apenas una parte de lo que es el Banco: una suma de voluntades funcionando en red.

"No trabajamos solos. Los hacemos en conjunto con Cáritas, la Red Solidaria, el Rotary y otras instituciones; tenemos el apoyo de algunas empresas y contamos con la ayuda de voluntarios. Aunque, claro, necesitaríamos que se sume más gente", explican.

El Banco de La Plata funciona a su vez dentro de una red de catorce instituciones gemelas distribuidas por todo el país. Cada una inserta en sus propias regiones productivas, se complementan para conseguir distintos tipos de alimentos e intercambiarlos entre ellas a fin de aprovechar mejor las donaciones.

Gracias a este sistema, unos diez mil kilos de choclos recibidos por el Banco de La Plata meses atrás fueron al de Córdoba, desde donde volvieron convertidos en sopa enlatada. Y parte de las doce toneladas de kiwis que se cosecharon en Bavio terminaron en Tandil, a cambio de papas y polenta.

"Es maravilloso ver cómo esa compleja cadena de voluntades se pone en funcionamiento -dice Liliana. Pero para eso es necesario que la gente se contagie de espíritu solidario, se sienta parte, aunque sea con algo chiquito. Tengo seis hijos, tengo nietos y soy optimista. Si nos ponemos a hacer algo, te puedo asegurar que esta realidad cambia".

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